En memoria de Virginia Woolf
Esperas en el salón de estar
recién lavado el rostro en el alfeizar,
donde se desborda la tierna mañana
y esboza tu perfil años luz.
Tu cabello absorbe los primeros segundos del sol
que se filtran por la ventana.
Allí se unen nuestras travesías.
Otros destellos viajan hacia los granos de
arena
en un lejano mar,
O hasta el reloj descompuesto
en la cómoda del hombre solitario.
Escribir sin pausa es lo tuyo,
deteniéndote apenas en los puntos y aparte
para fumar, o mojar de nostalgia la pluma en el tintero.
Comprendes que no hay pensamientos fortuitos.
Fijas la mirada en algún objeto
donde un vuelo irreverente desafía
a describirlo, con la fuerza y la pasión que solo tú,
tu frágil figura
logra rescatar al borde de la locura;
lo que no era
visible tiende
un paisaje en la imagen, y es sustancia.
En tu palabra perdura lo que pronto deja de existir;
inclusive ese perfil marmóreo.
Moldeas la
vida con el romper de tu pluma
en los acantilados de la hoja blanca.
Te importan los demás; las sociedades
sus arreglos, pero más que todo, sus individuos.
Los ligamentos de tus manos al escribir,
y la comisura de tus labios
delatan esa hora extrema, esa marea desconocida
cuando las mujeres se deben a la personificación de mesura,
y la llaman libertad.
Hoy la casa toda, parece revolucionar a tu alrededor;
es la cortina que te encierra dentro, junto con
la luz filtrada
por la abertura del día, el viento que alcanza a
arrasar el mar
hasta el mundo
de Virginia, y una mirada que se cree oculta
pero ya fue escrita por esa mujer creadora,
conjugando matices de sol, nubes pegadas al cristal, y violetas
polillas antes de
una tempestad, hombres y mujeres.
Y he aquí que tu y yo estamos
frente a un mar convertido en marea,
con las manos
salpicadas de su belleza.
Beatriz Osornio Morales: imagen de la red.
El pasado 28 de marzo fue aniversario de la muerte de Virginia Woolf, escritora inglesa por la que tengo gran admiración. Y este poema ha querido ser mi humilde homenaje. Espero que lo disfruten.